domingo, 28 de septiembre de 2014

Libro egipcio de los muertos




¡Oh, Egipto, Egipto!, de tus cultos no quedarán más que fábulas y tus hijos, más tarde, ni tan sólo creerán en ellas; no quedarán entonces más que palabras grabadas sobre las piedras, que explicarán tus piadosas realizaciones… Sin dioses y sin hombres, Egipto no será más que un desierto.
Traducción de C. Piedrafita sobre Hermes Trismegistus, Corpus Hermeticum.


El Libro egipcio de los muertos (2012, Ediciones Brontes S. L.) traducción de A. Laurent (según el texto jeroglífico publicado por Wallis Budge [Kegan Paul, Trench and Trüber, Londres 1898]), es una colección extensa de conjuros o sortilegios que tienen el propósito de ayudar al espíritu de la persona que ha fallecido en su paso al otro mundo y a librar positivamente el juicio de los difuntos de Osiris (dios de la vida después de la muerte).

Llamadas también “Palabras de potencia”, estas formulaciones ricamente ilustradas y con un valor poético incuestionable, buscan elevar al espíritu a la condición de un dios y otorgarle vida después de la muerte, para que no se pierda en el tan temido Duat y pueda volver al mundo de los vivos por convicción propia.

Aunque el verdadero nombre de este “libro” es Salida del alma hacia la luz del día (que hace una clara alusión al retorno del alma al mundo de los vivos), ha conservado el título de Libro de los muertos porque es el nombre que Richard Lepsius le otorgó en su primera edición (1842). Está conformado por poco menos de 200 conjuros (algunos incompletos, debido al estado de los rollos) que contienen en ellos la sabiduría incuestionable de una cultura extremadamente sensible consumada al arte y al conocimiento, a la ciencia y a la espiritualidad.

Este libro tiene sus orígenes en Los textos de los sarcófagos (Imperio Medio, 2050 a. C.), que a su vez se crearon gracias a Los textos de las pirámides (Imperio Antiguo, 2700 a. C.). La versión más remota e íntegra es el Papiro de Ani, formado por tres papiros divididos a su vez en seis secciones, cada una con una longitud que puede llegar a los ocho metros y que da un total cercano a los veinticuatro metros. El papiro fue hecho por tres escribas diferentes, según la diferencia en las grafías, pero todas las imágenes fueron realizadas por uno solo.

A pesar de que las ediciones a las que tenemos acceso sean una traducción, la sonoridad de estas peticiones mantiene cierto encanto y misticismo de sus orígenes. Son una guía, un manual a seguir para que el espíritu inicie y concluya con éxito las peripecias a las que se verá enfrentado: atravesar del Portal de la muerte, dirigirse al Más allá, sobreponerse a la plena luz del día, cruzar la región de las tinieblas, llegar frente a Osiris, al Amenti, atravesando el desolado y tétrico Duat (donde se encuentran El lago de fuego y Los campos de fuego), junto con los demonios.

Uno de los puntos determinantes es la unión del difunto con Osiris, convertirse en un mismo ser tras pronunciar las palabras clave, las frases determinantes con las que honrará y exaltará al dios de la resurrección.

A continuación, el espíritu deberá enunciar la Confesión negativa ante el tribunal de justicia, para que su corazón pueda ser pesado por Anubis en la balanza, poniendo una pluma del otro lado, y, de esta manera, determinar si el espíritu a prueba deberá permanecer en el reino del Duat; en caso de no pasarla, o si podrá convertirse en un espíritu santificado que podrá volver a voluntad al mundo “real”. Cabe mencionar que el corazón, conforme a los actos negativos, pesaba más, pero si los actos positivos eran mayores, el corazón se volvía liviano y representaba un peso mínimo en comparación a la pluma. En el mismo libro se hace una acotación a que en realidad no importaban las acciones negativas del difunto en tanto éste estuviera convencido de no querer permanecer en el Duat y se presentara con seguridad ante el juicio.



 Ante Osiris.



En caso de que el difunto ganara el juicio, su segunda vida (segundo nacimiento) iniciaría: se le otorga entonces una libertad absoluta para actuar, puede recorrer por igual el mundo inferior, la tierra y el cielo., tener contacto con los condenados al Duat y acceder a Los campos de los bienaventurados y Los campos de la paz, ambos situados en el paraíso. Puede navegar de nuevo en la barca de Ra o en el Océano celeste, pues ahora ese espíritu es también un dios.

Pero un dios que acaba de nacer, un dios joven: los dioses egipcios son mortales, al igual que las personas. He ahí que saludan a su sucesor, a un dios enérgico y vigoroso, el alma de un mortal que se ha convertido en deidad y que, orgulloso, se presenta ante ellos como igual. Los dioses dan la bienvenida al nuevo miembro de su estirpe.

A lo largo del “libro”, son diez las deidades egipcias que aparecen en reiteradas ocasiones, entre los que destacan Ra, Nu, Keb y Tum.

Para los egipcios, la muerte es un segundo nacimiento, pues el espíritu del difunto inicia entonces un nuevo ciclo, ya separado del cuerpo. Argüían que estos conjuros fueron creados por el dios Thoth, quien hablaba a través de la boca del difunto y se comunicaba con los otros dioses.

En el Antiguo Egipto, los familiares del difunto eran los responsables de asegurar su paso al Más allá, por lo que pedían a los escribas (a cambio de una gran cantidad de plata)  los conjuros más apropiados para el difunto y los colocaban, en forma de rollos, en su tumba. Algunos conjuros tienen especificaciones sobre dónde y cómo deben ser escritos o impresos, mientras que otros deben ser leídos en voz alta en momentos específicos del ritual. Los primeros conjuros debían ser recitados siempre por un sacerdote, durante el inicia del ritual funerario, cuando colocaban el sarcófago en la tumba.

En sí, los conjuros son un extenso discurso por parte del difunto, dirigiéndose tanto a los dioses como a las fuerzas maléficas, pidiendo la ayuda y protección de los primeros y  vituperando y rechazando a las segundas.



Apofis, representante de las fuerzas maléficas del Duat y las tinieblas.



Desde mi infancia, la valiosa y vasta cultura del Antiguo Egipto (que inicia en el Neolítico, 3150 a. C.) me ha apasionado, a grado tal de que, hace varios años, empecé a usar el seudónimo de Bastet. Esta cultura, adoradora de los felinos y con una inclinación impetuosa por la muerte, creó uno de los ritos mortuorios más bellos y complejos en la historia del hombre.

Una explicación visual y gráfica, más extensa y detallada, la encontrarán en este documental:






Esta obra la pueden encontrar en El sótano y Gandhi (también en versión ilustrada).

En noviembre de 2011, el Museo Británico de Londres albergó una exposición de algunos fragmentos ilustrados del Libro de los muertos.

Para finalizar, transcribo parte del Conjuro CXC (el último, en la edición que tengo, y que a mi parecer debería ser el primero), que revela una advertencia fundamental:

Este libro muestra los secretos de las moradas misteriosas del Duat; es guía de iniciación en los Misterios del Mundo Inferior; por él te será posible pasar a través de las montañas y entrar en los misteriosos valles a los que ninguna vía conocida conduce.

(…)

Cuando recites este libro no debe verte ningún ser humano, sólo los que te son queridos y el sacerdote Kheri-Heb; no tendrán que moverse de sus cuartos tus servidores; con respecto a ti, debes encerrarte en una sala con tapices de telas estelares. De esta manera el alma del difunto por el cual este libro recitado podrá transitar a plena Luz del día, entre los vivos; entre los dioses será poderosa; no la rechazarán sino que, habiéndola examinado los dioses, en el difunto reconocerán a su igual.

Este libro te enseñará la metamorfosis por las que pasa el Alma bajo los efectos de la Luz.

Este libro es, en verdad, un misterio muy grande y muy profundo. No lo pongas nunca en las manos del primero que llegue o de un ignorante.

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