viernes, 31 de enero de 2014

Rocanrol suicida – Rogelio Flores



Rocanrol suicida (Verso destierro,2011) de Rogelio Flores (escritor mexicano, 1974) es una compilación de 13 relatos y es su segundo libro publicado de cuentos.

Hace pocos días me informaron que me entregarían un libro enviado por otro escritor, y yo le respondí con el mismo gesto: le mandé mi libro. No tenía idea de quien sería y al tenerlo en mis manos y leer el título, no sabía que imaginar. La primer sorpresa que me llevé fue al leer algo que podría ser el epílogo de la obra, escrito por Eusebio Ruvalcaba (autor de Un hilito de sangre, libro que reseñé hace tiempo ya): 

Las historias de Rogelio Flores nos envuelven, nos arropan desde las primeras líneas. No porque ex profeso sean narraciones para los oídos de un niño, nada que ver, sino porque poseen esa suerte de encantamiento del que hablaba Stevenson. Que de no haberlo el cuento se cae en mil pedazos. Sin anunciarse en canal cultural alguno, sin decir quítense que ahí les voy en twitter o facebook, Rogelio Flores escribe puntual y metódica, rigurosa y porfiadamente. En este caso impelido por la música. Sabe que la literatura está anclada en la tenacidad y el azar. Que ninguna palabra que se escriba está a salvo de la maquinaria implacable de la autocrítica. Quizás por eso resulte tan placentera su lectura. Porque la musculatura del buen narrador se advierte, aun antes de que el escritor levante las pesas. Leámoslo si no.

Leer que fueran cuentos y esa alusión a Stevenson, mas la pequeña biografía ( foto incluida con el logo fluorescente del club Dada X de fondo) y una genial cita de Chandler incluida en ella: “...si no fuese duro, no podría estar vivo, si no fuera tierno, no merecería estarlo.” fueron suficientes alicientes para empezar a leerlo en ese momento. Y terminé sus letras en pocos días.

Este libro está escrito con canciones y vivencias, con el soundtrack de una generación cada vez más desencantada de la mano de una búsqueda eterna, como todo lo humano. La mayoría de los cuentos están escritos en primera persona (lo que da un toque biográfico a la narrativa) y podrían clasificarse dentro del realismo sucio, movimiento literario que llegó al blog con el pie derecho en la entrada anterior, gracias a Bukowski.

El autor describe episodios y acontecimientos comunes, usuales, siempre conectados con ese caos interno que se externa en los momentos precisos pero muchas veces en los lugares incorrectos, o viceversa. Sucesos que son mejor mantener bajo el anonimato, de los que nace una necesidad más grande por escucharlos o leerlos que por contarlos, donde convertiste en espectador y por consiguiente voyeur es la apremiante finalidad pues siempre será mucho mejor escuchar desgracias ajenas que propias, donde se crea cierta complicidad y de donde nace una identificación tal que es imposible reprimir una sonrisa honesta, un sentimiento de camaradería por haber sobrevivido a lo mismo y estar a la distancia temporal necesaria para leerlo y asociarlo con un buen recuerdo, por horrenda que haya sido la situación.

Rocanrol suicida es un álbum de recortes, fotografías y símbolos musicales retratados en palabras para la posteridad, para que los cómplices no olviden y para que los novatos conozcan, aprendan. Es sentarte en un bar frente a dos cervezas y un sobreviviente, una persona que rememora en su -ya no tan joven- vida a las personas, lugares, texturas y sabores que han formado su vida a partir de sus mejores recuerdos.

Existe cierta continuidad temática en dos de los relatos, La última risotada de Javier Solís y Nada, querida, no pasa nada: el abandono, específicamente el de la mujer amada, que desaparece sin aviso o amenaza previa, en una especie de huida del ser que la mantiene emocionalmente cautiva. O quizá esta continuidad temática es la misma continuidad de la vida, como la consecuente resaca a una borrachera monumental o la depresión post-fiesta, ese momento en el que finalmente estás solo y vuelves a tu vida ordinaria y afligida, donde ya no hay canciones a todo volumen que bloqueen tus pensamientos ni personas nuevas en las que intentes olvidar a las pasadas, cuando el vaso contiene un líquido que ahora te da asco pero que hace unas horas bebías con singular alegría.

Este libro es también un boleto para un viaje al espacio urbano de la mano de David Bowie, Robert Smith, Caifanes, Los amantes de Lola y su mítica música, vistiendo de negro y con maquillaje recargado en una danza con travestis, prostitutas y amigos en bares; con borrachos genéricos que dejan paso (de mala gana) a las nuevas generaciones, sedientas y ávidas de estupefacientes y melodías que los aleje de una realidad poco agraciada o comprendida.

Estas páginas son recuerdos transformados en letras, historias de amor recientes y pasadas carentes de la ilusión y la felicidad que alguna vez tuvieron, pues eso quedó atrás, junto con la juventud.

Este Rocanrol suicida nos muestra que la única manera (o al menos la más eficaz) de enfrentar la realidad es con golpes, sangre y sexo, actos que encubren la soledad y el desencanto de los que todos somos presa en algún momento de la vida y por tanto surgen esas ganas de desaparecer o poder vivir en marte.



El ya mencionado Nada, querida, no pasa nada es mi cuento favorito, pues el misticismo de la narración gira en torno a una mujer-fantasma, un espíritu que ha embrujado al hombre que aún la ama y al que no dejará libre.

Pueden leer y conocer más del autor en su blog de wordpress,  de donde leí Con la boca deshecha, texto que simplemente me encantó:

"Soy hombre. Amo a una mujer, ella y todo el mundo lo sabe. Amo a una mujer y no sé si ella me ama a mí. No me atormento por ello… no espero nada, aunque quiero todo. El amor no es un negocio, o una transacción. Existe y está ahí. Amo a una mujer que sabe danzar con tacones altos, aun estando borracha. Me gustan sus ojos oscuros y el color de su piel. Yo no le gusto. Lo sé. Esas cosas se saben, se perciben. Ella me quiere, pero yo no lo gusto. O por lo menos, no lo suficiente como para correr el menor de los riesgos, el más chiquito. Aún así, yo me batiría en duelo por ella.”

Por último, las frases memorables:

No con una sonrisa de modelo, sino una de borracha. Espontánea, imperfecta, errática.” Caperucita feroz, P. 21

La alegría de los chicos no parece real, de hecho creo que los hombres siempre estamos tristes. Con la llegada de los treinta años se experimenta una aversión hacia los más jóvenes; un tipo de envidia que aparece en tu estómago...” Las Ratas de Coyoacán, P. 43

Supe también que en cuestión de minutos terminaríamos cogiendo, y que yo no podría evitar cerrar los ojos y pensar en la mirada de Cecilia cuando Ignacio la desnudaba y ella me seguía coqueteando. Tampoco me importó. No me importaba nada, y en honor a la verdad, a ella tampoco.” Ibídem, P. 53

Todos somos hijos de una timidez criminal y vulgar, herederos de nada.” Ibídem, P. 57

... a veces tengo la impresión de ya no tener nada interesante que decirle a nadie, menos a una mujer bonita y joven.“ Pasolini soy yo, P. 59

Me gustan las personas que visten de negro, como ellos (refiriéndose a Roy Orbison, Johnny Cash, Nick Cave y Morrisey). Yo solía hacerlo hasta que noté que toda mi ropa se había desteñido con el tiempo y se había convertido en algo entre gris y verdoso.” Ibídem, P. 60

Pensé en Oscar Wilde y una de sus frases que más me gustan: la decadencia es un privilegio de la aristocracia. Al reflexionarlo, se me ocurrió que sólo los edificios hermosos se convierten en ruinas, mientras los feos son demolidos y desaparecen sin dejar más rastro que el cascajo. (...) Quiero pensar que soy un edificio viejo, como los que abundan en La Habana, habitado por fantasmas femeninos o por gatos. (...) You have killed me, y pienso en ella, mi fantasma mayor.” Ibídem

Sólo evadía los problemas y se encerraba a escribir en su diario, para luego llorar durante horas. Solía hacerlo antes de irse y yo solía preguntarle si pasaba algo. Invariablemente respondía “nada” y sonreía, haciendo un esfuerzo sobre humano. Y si sus labios mentían callando, sus ojos -como rehenes de ella misma- me gritaban que sí pasaba algo y yo les creía; y con los míos les decía que tuvieran paciencia, que ya arreglaríamos todo. Pero sus ojos nunca comprendieron el idioma de los míos. (...) Y yo sabía que ese aroma se iría en poco tiempo, quizá para siempre y que en adelante mi casa olería a vacío.” La última risotada de Javier Solís, P. 65-66

... todo el que sonríe en el mundo, es un idiota, un retrasado mental; que todo el que no ha sido engañado, vive en el engaño.” Ibídem, P. 71

Ha cesado la lluvia. Tiro el cigarro con sangre a un charco indefenso. La brasa se consume y un hilo de humo se eleva al cielo como el alma de un niño muerto.” Ibídem, P. 72

Ella. La mujer que amaste como un imbécil y se fue, dejándote a merced de la pero de las compañías; tú. Y es que sin Ella, tú eres la peor versión de ti mismo, un ente autodestructivo y oscuro, un ser amargado, un fanático del rencor, un morboso con ansias de ver cómo la ciudad se entrega -como una puta vieja y desesperada- a los brazos del fin del mundo. (...) Tomas el abrigo y las llaves, y escapas a lugares concurridos, que son los que la ahuyentan. De preferencia, aquellos donde no te acompañó, donde hay otras mujeres, mujeres con ojos humanos, que no asesinan ni cantan con ellos, que no te vuelven loco, que no te ponen de rodillas con un parpadeo.” Nada, querida, no pasa nada, P. 74

Por momentos la olvidas, sintiéndote feliz y borracho (y libre), y experimentas una sensación de bienestar que no existe, que es un amera ilusión. (...) Juan José Arreola: “La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.” Pero tu vida no es un cuento de Arreola: tu vida se ha transformado en un interminable juego con los dados cargados en el que es imposible ganar o dejar de hacer apuestas suicidas; tu vida se parece más a un bolero de Julio Jaramillo, a una película de terror muy mala, exhibida de manera interrumpida en un cine donde no hay nadie sentado en las butacas, más que tú.” Ibídem


Ella -tu propia Lady Ligeia, tu relato de Poe-, nunca habrá de dejarte; te acompañará siempre... e invadirá los rostros de todas esas mujeres que quisieras amar y no puedes, porque ya se te olvido cómo. No puedes hacer nada, Ella es un fantasma. Tú, un alma en pena.” Ibídem, P. 76.

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